La serie de Santiago Korovsky regresa con una segunda temporada que redobla su apuesta por el absurdo y la sátira social. Nuevos personajes, más tensión política y una guardia urbana que sigue parodiando la inclusión forzada.
Dos años después del fenómeno que fue su primera temporada, División Palermo vuelve con seis episodios que confirman a la creación de Santiago Korovsky como una rareza dentro del catálogo argentino de Netflix. Sin miedo a incomodar, la serie continúa su cruce de humor ácido, crítica social y absurdo con una nueva entrega que amplía el universo disfuncional de su guardia urbana inclusiva.
En esta segunda temporada, el éxito de la división trasciende los límites de la ficción y se convierte en un modelo exportable que impulsa políticamente a la Ministra de Seguridad, encarnada por una notable Valeria Lois. No faltarán lecturas sobre su parecido con figuras del oficialismo nacional. La expansión del cuerpo de seguridad a distintos barrios abre un nuevo juego de tensiones internas, donde el Miguel de Daniel Hendler ve amenazado su ascenso por la candidez de un nuevo compañero (Martín Piroyansky).
La serie también suma subtramas que alimentan su carácter coral: el romance entre Felipe (Korovsky) y una compañera en silla de ruedas (Pilar Gamboa), una investigación secreta que lo lleva a enfrentarse a un oscuro empresario cafetero (Juan Minujín), y la aparición de un grupo de excluidos con sed de revancha. Todo narrado con el ritmo de una sitcom, pero con una mirada política tan filosa como desopilante.
Aunque su costado policial pierde fuerza en algunos pasajes, División Palermo mantiene la frescura y el desenfado que la volvió un hit. El elenco, que suma a Alejandra Flechner y refuerza su potencia con intérpretes como Garabal, Charo López y Minujín, funciona como una orquesta afinada en clave de risa. En tiempos de hipersensibilidad, la serie demuestra que el humor puede —y debe— incomodar.